La fealdad que tanto había detestado porque hacía las cosas reales, le resultó ahora grata por esa misma razón. La fealdad era lo único real. Las soeces peleas, el repugnante tugurio, la cruda violencia de una vida desordenada, la misma vileza de los ladrones y los proscritos eran más vivos en el intenso realismo de su impresión que todas las gráciles formas del arte, que las soñadoras sombras de la poesía. Eran lo que él necesitaba para el olvido. Pasados tres días volvería a ser libre.
2 comentarios:
Yo quería el mundo entero o nada ...
pd: aullaré como un lobo por ti ;D
Qué novela tan chula. Me encantó...
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