miércoles, noviembre 21, 2007

La Tierra Permanece.

Ante todo, decir que el libro me ha sorprendido gratamente. Aunque los primeros capítulos parecían exprimidos y predecibles, la evolución de los hechos y la preocupación del protagonista por un futuro incierto suministraban las suficientes dosis de intriga para seguir leyendo. Me ha llamado la atención, en especial, además del lirismo de algunos fragmentos, el tratamiento abundante de detalles. Algunos realmente interesantes como las elucubraciones biológicas. De todos es sabido que la naturaleza se sostiene gracias a su equilibrio, consecuencia de millones de años de evolución. Por ello, resulta bastante creíble que, al desaparecer de súbito una especie dominante como eran los humanos, dejarían tras de sí una serie de desajustes directos e indirectos, que ocasionarían fenómenos como el desarrollo desmesurado de algunas especies e incluso la desaparición de otras que, acostumbradas a la protección humana, no son lo suficientemente aptas para sobrevivir en un medio hostil. De ahí que el incremento de la presencia bovina, el aumento de la población de ratas, los pumas, las langostas... resulten bastante creíbles. Lo que no me ha convencido en exceso ha sido la desaparición de las hormigas. También es verdad que no se especifica la causa, pero se aventura un cataclismo biológico. Por otro lado, sí me ha resultado plenamente convincente que el instinto de supervivencia individual de las ratas se anteponga al crecimiento de la especie hasta alcanzar cierto equilibrio entre individuos y recursos.

Aquí nos encontramos con otro de los puntos fuertes sobre los que se asienta el argumento. Se deja caer que cuando una especie ha alcanzado niveles de desarrollo que puedan afectar de algún modo al equilibrio natural, algo acontece de forma que afecte a sus ventajas biológicas. Este intento de autoconservación general choca con los principios de la teoría de la Evolución, en la que se sugiere que la supervivencia del más apto es consecuencia de la selección natural. A lo largo de la historia se nos han presentado ejemplos de muy diversa índole: no han sido pocas las especies que se han extinguido principalmente a causa de cambios en el medio en el que vivían para los que se encontraban en desventaja biológica. Incluso tenemos constancia de extinciones masivas, como la que se cobró la existencia de los dinosaurios. Sin embargo, no sería muy empírico creer en cierta intencionalidad en el transcurso de los hechos, aún basándose en el factor azar de las mutaciones sobre el que se asienta la teoría de Darwin.

Otro de los problemas ecológicos inmediatos que supondría la desaparición repentina de los seres humanos residiría en la gran cantidad de residuos que dejarían en la Tierra. Ya no solo las construcciones que iría devorando la naturaleza con el tiempo, sino todos aquellos procesos que se habrían quedado a medias, los productos tóxicos (baterías, detergentes, medicinas...) que quedarían en las viviendas y tiendas. Se tardaría mucho en eliminar todo eso, por no hablar de males mayores como centrales nucleares sin supervisión. Bien es verdad que el mismo problema lo tenemos hoy en día, pese a seguir poblando la Tierra y seguir creando más y más desperdicios.
Por esta razón, la suciedad y descomposición en las ciudades pronto daría mal olor, sumado a la acción de los animales, como ratas o insectos, supondría brotes de enfermedades que deberían contagiar a los seres humanos que se quedaran en ellas. Sin embargo vemos que en la novela no se da ese hecho, sino que cada grupo carga con un par de enfermedades, digamos livianas, que posiblemente habría contraído alguno de sus miembros antes del Gran Desastre. Una vez acostumbrados a ellas, no suponían una grave molestia, suprimiendo el peligro salvo en los casos en los que se tenía contacto con miembros de otras comunidades.

Por otro lado, está el desencadenante de la desaparición. Una enfermedad nueva, de rápida transmisión, quizá originada por la fatal mutación de un virus o un experimento fallido. Nos podemos imaginar muchas causas. Siempre es factible que haya supervivientes, pues no todos los organismos reaccionan igual: algunos son más aptos frente a los cambios del medio en cuestión. La posibilidad de que el veneno de una serpiente de cascabel inmunice a Ish frente a la epidemia es discutible. Al no saber la naturaleza de la enfermedad no podemos determinar nada sobre ello. De todas maneras, hoy en día se emplea veneno de determinadas variedades de serpiente de cascabel en la elaboración de un analgésico cuya potencia supera en varios centenares de veces la de la morfina. Y también es útil en la investigación, para tratamientos contra el cáncer, debido a la semejanza molecular entre las enzimas del veneno de estas serpientes y las células del cáncer humanas.

Por último, decir que el paso del tiempo es un efecto muy logrado en el libro. Principalmente a través de la evolución psicológica de los personajes y la conciencia colectiva. Las reacciones frente a la tragedia y a las dificultades afrontadas son bastante verosímiles, a mi juicio. Los detalles contribuyen a perfilar la situación. Así, los neumáticos deshinchados, las estructuras metálicas herrumbradas, al igual que las latas; las áreas devastadas por el fuego, las carreteras bloqueadas por árboles caídos, la caducidad de la pólvora, la interrupción del suministro eléctrico, el agotamiento del agua en los depósitos...
Sin embargo, que un vehículo, por muy bien conservado que estuviera, arranque tras veinte años de inactividad no me parece muy real. Y las conservas, en principio, sería normal alimentarse de ellas, pero en veinte años supongo habrán caducado todas y estarían en mal estado, no sólo por la herrumbre de los envases.

(Reseña de 2004)

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