domingo, octubre 24, 2010

La peonza.

Mi vieja peonza oscilaba de costado ruidosamente sobre la madera del cajón. Todo se había parado de repente salvo aquel sonido. No había cuerda –guita, como la llamábamos-, sólo la punta metálica y la madera. La cogí en la mano. Nadie adivinaría que, cuando giraba, imitaba a las bandas de Júpiter. Los colores estaban notablemente pálidos. Una grieta que ya recordaba y la punta desgastada y oxidada. El tacto era áspero, la madera salpicada de estrías. La superficie pulida original había desaparecido bajo un manto de cicatrices. No podía dejarme engañar, no era un manto que se posara sobre ella, las marcas se habían grabado en ella; la fricción, los golpes, las puntas de otras peonzas habían dejado su rastro particular. Hacía mucho tiempo de aquello, pero quedaba constancia. Sin embargo, de la suavidad, de la simetría, de la perfección del torno, no quedaba nada.


3 comentarios:

Nodicho dijo...

Parece que nos ha dado a todos por recordar.

Luna dijo...

Me intrigó el título y es una suerte que hayas puesto una foto.
Para mi es un trompo, pero tu denominación suena más poética.

Besos

Leralion dijo...

@Hogue: Sí, parece parada obligatoria. Cada vez más.

@Luna: Curioso, pese a identificar vuestro término, a mí también me choca. A veces no nos damos cuenta de estos pequeños malentendidos.