Según la normativa RD 3099/77 del Reglamento para plantas e instalaciones frigoríficas, en el interior de toda cámara frigorífica, que pueda funcionar a temperaturas bajo cero o con atmósfera artificial, y junto a su puerta, se dispondrá de un hacha de bombero.
En el caso de que fallaran los dispositivos interiores de cierre, esta razonable medida podría ahorrar un disgusto a los familiares del operario que se quedara dentro de la cámara frigorífica justo después de que sus compañeros tomaran la reconfortante decisión de ir a tomar un café, ajenos a los gritos de desesperación.
Sin embargo, estas inocentes palabras recogidas en el Reglamento para plantas e instalaciones frigoríficas entrañan un terrible revés que ha sido objeto de controversia en no pocas ocasiones. Al parecer, la combinación de hachas, operarios y frigoríficos suscita oscuras pretensiones, obviando el hecho de que en locales de hostelería, mataderos o cualquier lugar que pueda albergar una cámara refrigeradora de estas características, pueda encontrarse toda una amplia gama de armas blancas. Vale la pena, por esta razón, buscar una alternativa menos explícita para el hacha de bombero, como un explosivo de baja potencia, que permita al operario abrir la puerta en caso de emergencia sin que su apariencia le incite a hacer daño a sus compañeros.
Vamos a analizar un supuesto en el que esta ocurrencia diabólica, que en condiciones normales no pasaría de ser un remanente fugaz de nuestro instinto cazador, se prolongue -bien por influencia de factores externos, bien por una desafortunada disfunción en la cabeza del sujeto- lo suficiente como para consumar un desastre. Debido a que durante todo este proceso es crucial el tiempo de reacción del operario, descartaremos que se desencadene en situaciones en las que corra peligro su propia vida a causa de un elemento inanimado –en esta situación un atasco en la puerta de la cámara frigorífica sería lo más probable y el hacha cumpliría su cometido a la perfección-, ya que se afanaría en su urgencia por salvar el pellejo y olvidaría cualquier otro impulso en un segundo plano. Nuestro sujeto cogería el arma homicida durante su acceso de locura y arremetería contra uno de sus compañeros en un momento en que nadie se percatara. Un buen golpe sería suficiente. Algo que se pudiera limpiar con facilidad. Arrojaría a su víctima al interior del frigorífico para terminar la faena y mataría dos pájaros de un tiro ocultando tanto el estropicio como el cadáver. De mantener estable el frenesí y tratarse de una persona hábil, podría repetir el proceso a lo largo de la mañana con todos sus compañeros. El tamaño típico de una cámara frigorífica de un establecimiento modesto puede alcanzar las dimensiones de una habitación. Suficiente para almacenar toda esa carne. Tratándose de hostelería, la forma más sencilla de deshacerse de los residuos es obvia. Sobre todo durante los primeros días de mes o en periodos de rebajas, cuando las familias acuden en masa y precisan darse un respiro consintiendo el capricho de sus hijos en una hamburguesería.
No pretendo recrudecer el asunto. Hasta aquí he descrito un ejemplo activo. Pero presentemos el caso pasivo que resulta, si cabe, más natural. Imaginémonos por un momento a nuestro operario reponiendo productos en el congelador. Sus compañeros, que son unos chicos muy graciosos, tienen la traviesa ocurrencia de cerrarle la puerta. Entre carcajadas mantienen la puerta más tiempo del recomendable y, en lugar de encontrarse la airada cara del novato cuando deciden abrir, tienen que hacer frente a un muchacho fuera de sí que tiene un hacha al alcance de la mano.
Se trata de una simple cuestión práctica que no entiendo cómo no se le ocurrió a nadie antes. Los explosivos, debidamente tratados y protegidos para que funcionen como se espera en el interior de un frigorífico, carecen del impacto visual de un hacha de bombero y no suscita impulsos inoportunos que podrían convertirse en la semilla de una desgracia mucho mayor que la que se pretende prevenir.
3 comentarios:
Jaja. En el Pans teníamos una de ésas, pero nunca se nos ocurrió asesinar a nadie.
Eso sí, era una tentación constante agarrar el hacha y destrozar la puerta a lo bestia.
;)
Buá, donde esté un buen sable láser... eso sí que abre neveras, frigoríficos y cráneos que da gusto verlo :-)
Ese tipo de tentaciones no deberían estar al alcance de la mano de cualquiera...
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