lunes, febrero 09, 2009

La narrativa de Bukowski.



-Pareces un poco amuermado. ¿Te encuentras bien?

-Perdí a una mujer.

-Tendrás otras y las volverás a perder.

-¿Adónde se van?

-Prueba un poco de esto.

Era una botella metida en una bolsa. Me tomé un trago. Era oporto.


Factotum. Charles Bukowski.



Pretendía demorar una entrada como ésta hasta el momento en que pudiera darle el suntuoso título de La obra de Charles Bukowski. Sin embargo, no sé cuándo lograré reunir el valor necesario para abordar al Bukowski poeta. Soy lector de novela y no acostumbro a devorar antologías, por lo que tampoco hablaré de sus relatos cortos. Aprovecharé que me he acabado Factotum hace sólo unos días para bosquejar un puñado de impresiones que me dejó, junto a otros títulos como Cartero, Hollywood o La senda del perdedor.


Quizá una cita de otro autor no sea un buen comienzo para un comentario de esta índole, pero mentiría si dijera que puedo hablar de Bukowski sin evocar el kitsch que nos presenta Kundera en un capítulo de La insoportable levedad del ser:


De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch. Es una palabra alemana que se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable.

Esta palabreja -que a mí me recuerda el nombre de un bar de mi pueblo, de aspecto ligeramente turbio-, viene que ni pintada para describir los textos de Bukowski. El término kitsch se utiliza para describir algo más complejo que lo que podamos llamar arte de mal gusto y probablemente no se ajuste a lo que pretendo trasmitir. Así que ruego que me disculpen por la licencia tanto los entendidos en arte como los amantes del realismo sucio de los setenta. Porque, evidentemente, tendrán razón cuando digan que no todo es tan simple como lo planteo.


Además de transmitir la cruda realidad de los llamados desamparados. De retratarnos a vagabundos, borrachos y prostitutas del paraíso americano. De mostrarnos un mundo descarnado por boca de uno de los personajes más cínicos de la literatura. Bukowski es capaz de transmitirnos sensaciones de la vida de su álter ego a través del estilo de su prosa. Su minimalismo rompe convencionalismos y levanta polémicas entre los más puristas. La acción se precipita sin ostentaciones, con frases cortas y directas. La descripción se reduce a detalles, a menudo peculiares, y el diálogo toma con frecuencia las riendas para enfriar a un narrador en primera persona. Los capítulos son muy breves, de apenas una o dos páginas. Todo esto crea un efecto inmediato, como la vida del propio Chinaski. Resurge el tópico de tempus fugit. Todo tiene intensidad pero nada parece importar. Al contar tantas anécdotas resta importancia a todas ellas, hasta el punto de seguir un argumento difuminado. Todo el libro es un conjunto de experiencias, como la vida misma. Cuando llevas leyendo un buen trecho, se te olvidan muchas de ellas. Y cuando Hank tiene un acceso de nostalgia por lo no vivido se te aferra como si vieras tu propia vida pasando con las páginas. No hace falta ser alcohólico ni nihilista para identificarte en momentos determinados. Las genialidades de Chinaski se apoyan fundamentalmente en ese tono neutral y resignado con el que se desarrollan sus novelas, que hace que ciertos comentarios aparezcan como chispas en el vacío. Es sorprendente que sean estos deslices del personaje los que realmente dejen ver un abismo de tristeza y no toda la retahíla de episodios de mal gusto que parecen llevar el peso de la narración. Quizá ahora entendamos mejor otras citas del mismo Kundera de arriba, como:


En el reino del kitsch impera la dictadura del corazón.


O también:

El kitsch es una estación de paso entre el ser y el olvido.

En Cartero y Factotum se nos presenta el Chinaski más combativo. Andanzas de juventud en innumerables tugurios, viendo pasar trabajos y mujeres a veces con más -a veces con menos-, estoicismo. La senda del perdedor merecería elogios meramente por su ingenioso título. Sin embargo es, para mí, el mejor de los cuatro. Nos brinda un mayor desarrollo del personaje y nos invita a asistir a su evolución, desde tempranos episodios de su infancia. Hollywood es, en comparación, mucho más light. Es un relato en el que Bukowski se hace un guiño a sí mismo intentando recuperar un podio que nunca más volverá a ocupar y que, gracias a ello, nunca abandonará.

5 comentarios:

Nodicho dijo...

Y yo con estes pintes, sin a ver leío ni una miserable línea d'esti home.

Anónimo dijo...

Hollywood se me hizo cansino!

Luis dijo...

Tengo que bucosquiarme un día de estos.

Anónimo dijo...

Pos ná, yo también me apuntaré al carro Bukowskiano. A ver qué tal...

Anónimo dijo...

A mí me causa recelo el dichoso Bukowski. Prejuicios, bien, pero ahi están. Es que me parece muy fácil frente a la literatura, digamos, convencional, escribir con una pluma cínica y victimista.

Seguramente me equivoco y tendrá su filosofía, pero el arte del mal gusto y la pataleta social... ahí están Boris Vian o Baudelaire o el propio Sade hablando de estas cosas sin tener que presentar un Han Solo decrépito y degenerado en cada libro. El personaje perdedor que se refocila en su miseria me aburre sobremanera: es un vampiro que se alimenta de sus propias secreciones.