sábado, septiembre 01, 2007

Pende sobre nuestras cabezas.

Cuando leí en Mundo Anillo que lo que hacía especial a la raza humana era precisamente su buena suerte —además de ser una característica cuyo origen genético permitiría seleccionar individuos especialmente aptos de haberse dado una genealogía de ganadores de lotería— pensé que aquello era una soberana chorrada.

Sin embargo, desde aquel día no han sido pocas las veces que la intrincada línea de pensamientos ociosos me ha llevado a meditar sobre el tema. Si nos paramos a recrear un día normal y reparáramos seriamente en la cantidad de hechos perjudiciales para uno mismo que podrían darse con una probabilidad razonable nos maravillaríamos.
Quizás probabilidad razonable no sea el término adecuado para utilizar aquí. Podríamos servirnos de datos estadísticos para cuantificar una probabilidad en cada caso y en gran número de ocasiones esos hechos nocivos que nos imaginamos serán bastante improbables desde el punto de vista de la experiencia, al menos lo suficiente como para no esperarlos. Porque no ocurren tan a menudo, a pesar de ser razonables. Aquí está la clave.


Siempre nos quejamos de nuestra mala suerte, hablamos de las leyes de Murphy en tono derrotista y pocas veces sacamos a relucir la buena. A menudo depende del matiz que se le dé al concepto, muchas veces asociamos suerte con una contraposición entre probabilidad y resultado. Para admitir nuestra buena o mala suerte tendría que ocurrirnos algo realmente improbable para bien o para mal, como que nos toque la lotería, o que se nos queme la casa por un escape de gas. Pero damos por hechas muchas cosas. Eso de si algo puede salir mal, saldrá que dijimos todos con una mezcla de humor y resignación —espero que nadie lo diga en serio, porque pobre de él— es prácticamente ofensivo. Cada vez que cojo el coche me siento afortunado, voy viendo los golpes que podrían surgir razonablemente en cada situación y que sin embargo no ocurren. En el funcionamiento del ordenador desde el que escribo esto —o en el de nuestro cuerpo— hay demasiadas variables en juego, muchos aspectos vitales expuestos a fallos. Y sin embargo todo dura y todo funciona; relativamente, claro, como todo lo relacionado con la suerte. No podemos afirmar que la media de vida es una proeza cuando todo tiempo lo comparamos irremediablemente con ella.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que haya multitud de variables no significa que una resolución favorable sea debida a la suerte. Tanto la destreza de un conductor como los aparatos electrónicos y los organismos biológicos están ideados o entrenados para funcionar de una manera concreta y lo contrario es la excepción, así como "suerte" sería un funcionamiento por encima de lo esperado, como circular a 120 km/h en malas condiciones sin sufrir accidentes, o disponer de un ancho de conexión efectivo doble del contratado, o vivir ciento diez años sin una enfermedad. Digo io. Claro que lo que dices está muy bien como optimismo más o menos artificioso. (Sin ánimo de criticarlo).

Anónimo dijo...

Sin duda, alguien aquí necesita escribir en "imágenes google" las palabras "feto arlequín" (también vale bebé colodión o feto en polichinela).
Entonces se podrá entender hasta qué punto la suerte, con ese nombre u otros, forma parte de nuestro destino.

Anónimo dijo...

La mayoría de equipos electrónicos se construyen a partir de componentes que superan unos test de calidad, definidos con "probabilidad de fallos". Es decir, la oblea de silicio que sirve de base a, por ejemplo, el microprocesador de tu PC, se monta si supera unos test que garantizan una probabilidad de fallo inferior a un cierto umbral. Un umbral bajísimo, a todo esto.

Los vehículos, que cada vez más dependen de la electrónica, tienen un comportamiento similar. Igual que las piezas mecánicas y no electrónicas con las que se construyen (superan unos test de fatiga que también son positivos sólo si se cumple un bajísimo umbral de probabilidad de fallo).

No es tan casual que tengamos buena suerte. En realidad, hacemos lo posible por buscarla...

Besos