Como seguramente la mayoría de nosotros estemos saturados de leer noticias descorazonadoras, de tolerar opiniones que rozan el límite de la racionalidad o de oír contar sucesos que ponen a uno de mal humor, quisiera aportar la guinda dulce del día homenajeando a todas esas personas anónimas que, sin una razón interesada que mueva sus actos, consiguen alegrarte lo que queda de tarde. Hablo, por supuesto, de encuentros fortuitos o conversaciones imprevistas que logran arrancarte una sonrisa bajo la lluvia. No me cabe duda de que todos reconocemos esas sonrisas que se avergüenzan casi inmediatamente, tras materializarse –y no necesariamente en la cara-, al darse cuenta de su actitud infantil negándose a dejarse ver por sí solas, siendo reacias a cruzar los puentes tendidos por manos conocidas, para ser seducidas ingenuamente por un sendero ignorado, traicionadas por la espontaneidad del desconcierto.
Todo esto viene porque hoy me he acordado de una chica que me encontró, el último día que estuve en Roma, apoyado contra mi enorme maleta esperando al autobús. Tras dos meses y medio de relativa introspección aseguro que sorprende sobremanera que alguien se te acerque y te pregunte sencillamente qué haces allí, te recomiende esperar otra línea de autobús y se ofrezca a acompañarte y te dé conversación. Es más que probable que no volvamos a vernos nunca -se llamaba Silvia, o Silvana, no recuerdo bien; y entendí que investigaba una confusa relación entre el ARN y el cáncer de próstata-: ni nos reconoceríamos, ni falta que hace. Nos despedimos con un apretón de manos, recordándonos los nombres (con fatal resultado por mi parte como habéis visto), y deseos de buona fortuna. Había dejado la residencia con una amarga sensación de fugacidad y cogí el metro en Anagnina con una ingenua sonrisa; tratando de no olvidar de nuevo que las cosas que escapan a nuestro control siguen siendo mayoría.
Un sitio donde perderse divagando sobre temas tan dispares como ciencia y literatura, combinación que nos conduce indefectiblemente al género de Ciencia Ficción.
lunes, febrero 06, 2012
Traicionadas por la espontaneidad del desconcierto.
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2 comentarios:
De verdad... A veces pienso que te metes en mi cabeza o en mi vida, para escribir sobre lo que yo tenía pensado hacerlo, pero que he sido demasiado vaga para ponerme. O sencillamente, nos calan los mismos tipos de experiencia y de una manera muy similar.
Muchas gracias!
Un abrazo!
Esos momentos en los que alguien que no te conoce de nada decide dedicarte su tiempo, su saber o su espacio, porque sí, son impagables :)
Un beso
P.
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