Cuando uno habla de literatura de ciencia ficción en ciertos círculos llega a hacerlo con vergüenza, como si estuviera revelando una afición ingenua. Parece que le fueran a dedicar una mirada condescendiente y se callaran el: chico, de verdad, no me esperaba algo así; sino el más tajante: aquí se hablaba de literatura. A estas alturas ya no sé si esta sensación se debe tanto al prejuicio que prevalece contra el género como a una buena dosis de autocensura. Lo que sí es cierto es que una amplia proporción de lectores sigue viendo la ciencia ficción como un cajón de historietas de medio pelo: batallitas demasiado fantasiosas y cuentos para entretener a los niños; por no hablar de una desdeñosa valoración de su calidad literaria con la que a veces se acompañan los anteriores comentarios. Por mucho que algunos nos emperremos en negarlo, la evidencia nos abate. Por ejemplo, la librería de El Corte Inglés de mi ciudad relega los anaqueles de Fantasía y Ciencia Ficción a la sección de literatura juvenil. No podemos dejar pasar el hecho de que los grandes almacenes responden -y guían a su vez- a la demanda colectiva. Tampoco me puedo despegar de la sensación de que no ocurre igual en otros países, donde el género se potencia tanto como la novela negra o los relatos de terror.
Por eso a veces me pilla desprevenido –pero sobre todo celebro- que algunos autores consagrados del panorama nacional decidan adentrarse en este terreno inestable. Es el caso, por ejemplo, de Rosa Montero, que hace poco nos ofreció la novela Lágrimas en la lluvia y con la que ha demostrado que se puede hacer tan buena literatura imaginando replicantes como concibiendo constructores de catedrales. Novela de la que por cierto he visto durante estas semanas ejemplares en castellano a la venta en librerías romanas.
He pensado que quizás uno de los obstáculos a la hora de popularizar el género sea que entre los considerados máximos referentes –los más conocidos al menos- haya pocas obras escritas originalmente en castellano. No quisiera menospreciar la labor de traducción, pero en este punto, a pesar del esfuerzo, uno sólo puede aspirar a lograr un buen trabajo. Es francamente difícil conservar la tonalidad y el ritmo de la lectura, tal y como la concibe el autor, a lo largo de la ristra lingüística en la que muda un título reconocido. Claro que, a nivel de contenidos –y a argumento me refiero-, supera gratamente la prueba (motivo que, en ocasiones junto a la propaganda que lo precede, justifica su popularidad internacional). Sin embargo, en una lectura exigente, se echan en falta más cosas. En ese sentido, las obras originales llenan a uno de otra manera, porque percibe su forma prístina, tal y como ha sido modelada, con sus trabas y triunfos; y por eso considero tan importante la producción en el seno de la comunidad hispanohablante.
Alcanzado este punto, no sé si debemos señalar a alguien. Evocar una combinación de todos y ninguno es como no decir nada, aunque también lo más acertado; pues hay mucha creatividad sobre la mesa y no faltan iniciativas editoriales que intentan sacar adelante colecciones atractivas. En cualquier caso, una cosa es segura, todos podemos ayudar leyendo.
3 comentarios:
Me alegra leerte de nuevo! Un beso :)
Si con lo de "tan buena literatura... como concibiendo constructores de catedrales" te estás refiriendo a Ken Follet, ahí tengo que negarte la mayor: no he leído peor libro en mi vida. ¡En todo lo demás, totalmente de acuerdo! :-)
@Sufur: Esperaba ese golpe, jejeje. A mí "Los pilares de la tierra" me enganchó mucho, pero no lo suelo incluir entre mis novelas preferidas. La frase era más bien una lanza contra, yo no sé si las preferencias comunes entre los lectores, pero al menos lo que se vende en las librerías.
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