viernes, noviembre 19, 2010

El sadismo de los números.

Hace un par de meses pude leer en una novela de Saul Bellow la siguiente afirmación:

Contar y hacer números siempre es una actividad sádica. Como pegar. En la Biblia, los judíos no permitían que los contaran. Sabían que era un acto sádico.

El fragmento pertenece a Carpe Diem, cuyo protagonista vive, como la mayoría de nosotros, acosado por fantasmas. Podríamos pensar que la cita anterior solo encierra frustración, y aún así me ha llamado tremendamente la atención.


Si uno lo piensa, descubre que hay pocas cosas más sádicas que contar. Cuando realizamos una medida estamos cuantificando un aspecto de la naturaleza de nuestro objeto de estudio. Estamos contando en cierto marco de referencia, cierto número de unidades. Estos valores nos permiten diferenciar unas entidades de otras, caracterizarlas y, en definitiva, segregarlas. Hoy todo se reduce a números. Cada uno de nosotros lleva los suyos impresos en el traje, o tatuados en la piel. Son tan evidentes y tan cotidianos que ni siquiera nos llaman la atención. Los números de tus genes condicionan tus atributos -como en un juego de rol-, tus comportamientos, y siempre cabe cruzar los dedos mientras el dado rueda; los de tu currículum dicen a los demás lo que eres, para qué vales, qué eres capaz de hacer; los de tu bolsillo pueden abrir o cerrarte muchas puertas.


Uno de los actos más sádicos y masoquistas que ha llevado a cabo la humanidad a lo largo de toda su historia es precisamente la tarea de medir el paso del tiempo. Es una obsesión que podemos rastrear hasta la antigüedad, con la presencia de diversos ingenios, los primeros relojes: clepsidras, relojes de sol, de arena… Actualmente nos recreamos en el asunto hasta el punto de sostener como definición de segundo la duración de 9192631770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio a una temperatura de 0K. Contar los instantes -las horas, los minutos, los segundos- hacia delante es como contarlos hacia atrás. Y es, probablemente, y pese a la gran ayuda que ha supuesto en el camino, un lastre en la vanguardia de los intentos de comprender la Naturaleza.


La línea de razonamiento me ha recordado algunos textos de hace años, como este fragmento de relato, escrito en mis mejores momentos:

Veo en el péndulo, sin mirarlo, su frustración. Un sorbo de vida mueve espasmódicamente una de las manecillas. Un instante menos de tortura, aventurado por aquel altar rendido a la agonía de la esperanza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo se cuenta, hasta la amistad y el amor.
Lo único que sigue siendo incontable es el deseo.

Kementari dijo...

Me quedo con el error y el horror de que contar el tiempo en un sentido es equivalente a hacerlo en el otro.

Brrrr...