Tanto Z347 como Z349 giran alrededor de un planeta lejano. Este planeta tiene millones de nombres falsos y ninguno verdadero. En su superficie parece hervir la vida, como si las cosas se movieran por sí mismas. Z347 y Z349 contemplan la dinámica durante su inalterable recorrido.
Como Z347 y Z349, millones de cuerpos giran alrededor del planeta. Pueden ver las sombras de los otros proyectadas sobre nubes altas, distinguen en la lejanía destellos que los rayos de la estrella arrancan de la helada superficie de sus compañeros de viaje. A veces diría que gritan inútilmente: sin aire los demás no pueden oírlos.
Nadie lo ha medido con precisión desde el bullir colorista del manantial de sus cadenas pero, cada cuatro o cinco años, Z347 y Z349 se aproximan lo suficiente como para sentir una suerte de atracción, una presión invisible sobre sus carcasas de hielo; las grietas que abren en las placas las fuerzas de marea parecen ser la única prueba de esos encuentros desafortunados, condenados a la incomunicación, a la fugacidad; cada uno contempla impotente la partida del otro, viéndolo alejarse en silencio al doble de velocidad.
Tanto Z347 como Z349 son piezas del mecanismo del gran reloj que integra el universo. Sus agujas, desentendidas, dan una hora que nadie consulta. Una, dos piezas más -dos piezas menos-, no marcarían ninguna diferencia.
En primer curso de universidad había estudiado ciertos números primos más especiales que el resto, y a los que los matemáticos llaman primos gemelos: son parejas de primos sucesivos, ya que entre ellos siempre hay un número par que les impide ir realmente unidos, como el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43. Si se tiene paciencia y se sigue contando, se descubre que dichas parejas aparecen cada vez con menos frecuencia. Lo que encontramos son números primos aislados, como perdidos en ese espacio silencioso y rítmico hecho de cifras, y uno tiene la angustiosa sensación de que las parejas halladas anteriormente no son sino hechos fortuitos, y que el verdadero destino de los números primos es quedarse solos. Pero cuando, ya cansados de contar, nos disponemos a dejarlo, topamos de pronto con otros dos gemelos estrechamente unidos. Es convencimiento general entre los matemáticos que, por muy atrás que quede la última pareja, siempre acabará apareciendo otra, aunque hasta ese momento nadie pueda predecir dónde.
La soledad de los números primos. Paolo Giordano.
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