La superficie del estanque se inquietaba bajo el leve roce de la brisa. Marta acostumbraba a dejarse llevar por la morriña cuando los reflejos de los focos, diluidos en las crestas donde el agua se enaltece, presentaban un panorama similar al de un firmamento efervescente. Parecía natural hervir el universo para que las estrellas subieran y bajaran, aparecieran y desaparecieran en profundidades insondables, donde pudieran contarse destellos y nadie registrara las pérdidas. Como esa noche contaba más pérdidas que destellos, no reparó para nada en su estofado de estrellas. Centraba su atención en su melena rizada, vehementemente vertida contra un mar de indiferencia sobre los hombros de su mono de neopreno. Pensó en la primera vez que había oído los aplausos bajo el agua, como un ritmo distante; el manantial de reconocimiento anónimo brotaba de la roca por efecto de la presión del entorno, de filtraciones, de imitación: motivos que, en cualquier caso, nada tenían que ver con ella.
Saltó.
Era el momento, reconoció el instante en la música y se lanzó al agua describiendo una media luna. Siempre se sentía sola en la primera inmersión, mientras un sinfín de burbujas moría sobre ella en busca de libertad. La realidad se desfiguraba ante sus ojos y conseguía la liviandad que nunca alcanzaba sobre la tierra. Supo que Nerea la rondaba por el habitual golpe de corriente y le dio apenas tiempo a girarse antes de notar su morro empujándole los pies. Todo pareció quebrarse cuando apareció en la superficie y le llovieron ovaciones desde la grada. Volvió a escaparse mientras una voz presentaba a sus compañeros por megafonía. Nerea dio varios giros rápidos antes de empujarla hasta el borde de la piscina, donde esperaba su recompensa en la forma de un puñado de arenques frescos. Ambas criaturas se complementaban y cimentaban un equilibrio que jamás habrían logrado por separado. Cualquier persona que las contemplara al margen de aclamaciones y risas, de algodones de azúcar y focos de colores, de niños y adultos exaltados, sería capaz de apreciar el milagro de dos seres unidos en un solo organismo, de la ambigüedad de los límites corporales y de la singularidad de un puente de voluntades simbióticas. Nerea adelantó velozmente a Marta y aguardó dando vueltas en el centro de la piscina, donde esperó a que su compañera saliera a la superficie e hiciera girar en alto su mano. Ambas giraron en armonía. Bailaban, se unían en un estado alterado de conciencia, en el frenesí de la noche; mientras otros delfines entregaban sus discordantes cantos al cielo y el auditorio claudicaba al paroxismo de aplausos desordenados.
3 comentarios:
Me encantan los delfines, siempre me han encantado, mis animales favoritos, y siempre los he elegido como el animal que sería. Además de tenerlo al rededor de mi cuarto en forma de peluches, muñequitos, bolas de cristal, etc... Algún día tendré un delfín, como el de sea quest :-p .
Buena historia :)
Una historia muy buena, con unos animales maravillosos. Siempre he pensado que los delfines son unos de los animales más bellos.
Me alegra ver que no decaen las entradas en tu blog, son muy buenas. Animo, y espero seguir leyendo nuevas historias que me lleven a mundos imaginarios o a algún otro rincón de la Tierra. O bien te hagan reflexionar...
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