lunes, enero 25, 2010

Alberto.

El mundo se basa en el compromiso y la incertidumbre, y un sitio así es demasiado complejo para que en él prosperen los héroes.


Génesis. Bernard Beckett.



-Tenías que haberla visto –dijo Alberto tomando su taza de café, pero pareció cambiar de opinión tras comprobar que aún estaba demasiado caliente.

-Te voy a decir lo que ocurrió. Has visto a una chica mona y te ha llamado la atención –Saúl torció su boca para lanzar una vaharada de humo hacia la mesa vacía que tenía a su derecha.

Alberto consideró un momento la respuesta mientras barría el local con la mirada, como buscando algo. La cucharilla repiqueteaba amortiguada en el café. Sea lo que fuera, no lo encontró. Había un hombre leyendo un periódico en la barra, medio escondido tras la lámpara de billar, y una pareja en la mesa del fondo que apenas hablaba. El camarero secaba mecánicamente unos vasos mientras se enfrascaba en uno de esos programas sensacionalistas que emiten a media tarde.

Su confidente era ocho años mayor que él y por eso era tan bueno. Lo ayudaba a mantener los pies en la tierra cuando debía y, también, a cometer las locuras que no se atrevió a consumar de joven cuando lo estimaba necesario. Por supuesto, esto último era desconocido por Alberto, que siempre se veía varios escalones por debajo de su amigo y tenía la sensación de estar desperdiciando su tiempo. Por eso, cuando se decidió a hablar todavía sospechaba que iba a soltar una bobada.

-No creo que fuera mera atracción. Ni siquiera me acuerdo de su cara.

-A veces nuestra cabeza descarta las causas y atesora los efectos. Es una manera de allanar el terrero a la imaginación, para que pueda mitificar los factores que en un análisis crítico descartarían el beneficio neto de la situación. Créeme que sin esos inhibidores nos habríamos extinguido hace tiempo.

El humor de Saúl era un camino tortuoso que remontaba cumbres y exploraba valles. Había días en los que apenas hablaba, convirtiéndose en el cómplice perfecto, y días en los que se mostraba particularmente inspirado y obsequiaba a los demás con perlas como aquélla. Alberto no se dejó amedrentar y continuó con su argumentación, que había brotado como torrente incontrolado.

-¡Pero me sentí mal! Tenías que haber estado allí. Ver a aquella chica tirada en el suelo, llorando y esforzándose por respirar; y no poder hacer nada. Parecía tan vulnerable, tan desamparada. Tenía un efecto demoledor.

-Eso también está programado en nuestros genes. Se llama instinto de protección. Si hubieras visto a un chaval de tu edad en la misma situación, el efecto no se habría magnificado. Después de todo, es normal sentirse impotente, aunque sea por identificación o por humanidad.

-Puede ser. Pero esa chica me hizo ver una realidad frente a la que no me puedo quedar impasible. Siento que tengo que hacer algo.

-¿Y qué quieres hacer? –Preguntó Saúl fingiendo sorpresa con las cejas-. ¿Irías al hospital a visitarla? ¿Estudiarías durante años para descubrir los oscuros detonantes de las neurosis? Recuerda que eres un desconocido, y tampoco sabes nada de ella.

Por un momento, Alberto se tragó su ira. El sarcasmo de su amigo estaba haciendo efecto.

-Pero, ¿y si todos pensáramos igual? –Inquirió alentado por la última iluminación-. ¿Y si nadie reparara en los problemas de la gente por miedo a ser rechazados? ¿Y si prefiriéramos seguir siendo desconocidos a tener que hacer algo costoso por alguien que nos importa?

-Simplemente crees que necesita ayuda. En el fondo estás viendo a esa chica como a una criatura diferente, desamparada y sola en un mundo de seres superiores, o lo suficientemente fuertes como para hacerle daño. Te dejas llevar por las emociones que te inspira y te olvidas de lo más importante: te olvidas de la propia chica. Que seguramente haya tenido que pasar por más dificultades que nosotros y esté preparada con muchos más recursos. Sentir pena por ella sería el mayor insulto, dadas las circunstancias. Y sólo serviría para hacer daño.

-Pero no es pena, es disposición. Es buena voluntad. Humanidad. Tenemos que ayudarnos unos a otros.

-Berto –interrumpió Saúl mirándole a los ojos-, todos tenemos problemas. Absolutamente todos. Y es normal que nos ayudemos entre nosotros. Entre amigos, entre familiares, incluso entre conocidos. Pero sentir ese tipo de proteccionismo hacia desconocidos no es sano. No eres uno de los suyos y ofrecerse como salvador no es una buena forma de entrar en la vida de nadie, porque nunca estarás a la altura. Simplemente no es tu guerra –y añadió, divertido-: no puedes participar en todas o acabarás destrozado.

Alberto terminó su café y se acercó a la mesa de billar. Ganaría al menos sobre el tapete.

5 comentarios:

Desde mi realidad dijo...

Buen texto, es como empezar a leer un libro, nos dejas con ganas de más.

Leralion dijo...

Gracias, Aida. Me alegra que te guste.

Anónimo dijo...

Estoy con Aida, me has dejado con ganas de saber que le ha pasado a la chica, y como es la relación de esos dos hombres...

Leralion dijo...

Quizá algún día me anime a continuar la historia. Gracias por pasarte, Juan Antonio.

Dors-seldon dijo...

Me ha gustado, y me ha recordado mucho a alguna que otra discusión que yo he tenido... Y también me he quedado con ganas de más :)