Siempre me ha parecido que Kim Stanley Robinson tiene algo especial. Es capaz de convertir una historia -de por sí muy interesante dentro del género de la Ciencia Ficción- en un relato profundo, cuyos personajes, con sus dudas, sus emociones, sus opiniones, son fácilmente trasladables a nuestro entorno mundano. Siempre escribe pensando en el gran panorama que constituirá la novela como un todo una vez la hayas terminado, por eso no conviene leerlo a trompicones, ni en dosis cortas. Tienes que tomarte tu tiempo, relajadamente, entrando en el personaje de turno, experimentando sus motivaciones. En la trilogía de Marte, desde luego, disponía suficientes páginas para enamorarte con Maya Toitovna o fascinarte con Saxifrage Russell. En Icehenge, no llegas a hacer un hueco dentro de ti para los personajes –quizá para Emma-, pero estoy convencido de que sería cuestión de páginas, más páginas. De todos modos, ése no parece el propósito de esta novela. Simplemente quería remarcar ese estilo tan peculiar que hace de Kim un escritor único en el género -tan dado a la descripción y a los arrebatos líricos vinculados generalmente con paisajes exóticos. Todos estos aspectos, junto con la tendencia a incluir ideas y detalles técnicos realistas, contribuyen a la impresión de que sus obras han sido minuciosamente pensadas y documentadas, presentando un aspecto sorprendentemente maduro.
Icehenge es un conjunto de tres relatos que se suceden durante varios siglos y contados desde puntos de vista independientes, pero describirán un hilo argumental común. Nos muestran un trasfondo en el que la humanidad ha establecido colonias en Marte y, al menos, en varios satélites de Júpiter. Hay signos de una desarrollada industria minera en los asteroides y de un gobierno oligárquico y militarizado en Marte, que desempañarán papeles importantes en la trama de la novela. Las personas pueden vivir más de quinientos años, pero la memoria se desborda y la gente no recuerda quién fue en tiempos pasados. Por eso muchos de ellos recurren a escribir un diario, para poder conservarse a sí mismos, o al menos comprenderse un poco mejor y sobrellevar el peso de los años.
El descubrimiento de una estructura de bloques de hielo -dispuestos de modo similar a los círculos de piedra, o crómlech, encontrados en algunos lugares de la Tierra- en el polo norte de Plutón desencadena una batalla especulativa sobre sus orígenes que implicará a la versión oficial de la historia marciana.
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