-¿Qué sucede? -le preguntó Nadia una noche, cuando estaban fuera arreglando un radiofaro defectuoso.
-No quiero volver -repuso Ann. Estaba arrodillada junto a una roca, astillando una lasca-. No quiero que este viaje termine. Me gustaría seguir viajando todo el tiempo, bajar a los cañones, subir al borde de los volcanes, entrar en el caos y las montañas que rodean Hellas. No quiero parar nunca.
[...]
-Oye, Ann, lo que nos mantiene bajo tierra es la radiación más que cualquier otra cosa. Lo que estás diciendo en realidad es que quieres que la radiación desaparezca. Lo que significa espesar la atmósfera, lo que significa terraformar.
-Lo sé. -Habló con una voz tensa, tan tensa que de pronto el cuidado tono neutro se perdió y se olvidó.- ¿Es que crees que no lo sé? -Se levantó y sacudió el martillo.- ¡Pero no es justo! Quiero decir, miro esta tierra y... y la amo. Quiero estar fuera y recorrerla siempre, estudiarla, vivir en ella, conocerla. Pero cuando lo hago, la altero... destruyo lo que es, lo que amo.
El primer error había sido venir a Marte, y luego enamorarse del lugar. Enamorarse de un lugar que el resto del mundo quería destruir.
Marte Rojo.
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