sábado, octubre 07, 2006

Lugares para el recuerdo.

A pesar de haber descubierto la luna de unas oficinas haciendo esquina en la calle Uría que pide a gritos ser alunizada, siempre me ha gustado mucho Oviedo. Es una ciudad pequeñita, en la que te orientas fácilmente y puedes satisfacer la mayor parte de necesidades. Tampoco me parece especialmente conflictiva. La ciudad en sí me huele a ambiente universitario, y seguramente no pueda extraer esa connotación de mi cabeza en toda mi vida. Pero no sólo eso. El parque San Francisco me evoca la infancia, con sus ardillas y sus columpios. Sus semáforos a las prácticas de autoescuela. La cometa y la plaza Castilla a las incursiones en busca de miniaturas. El parque de Invierno a los paseos con mi padre, a los botellones después. El Cristo a las espichas. El Rosal al calentamiento. El casco antiguo a noches largas, a noches cortas, a fiesta y a desdicha, a compañeros de la noche. La calle Mon a gente difuminada, a bares cuyos nombres han cambiado últimamente y me despiertan una sensación de fugacidad. La calle de la Real. La estación RENFE, compañera recurrente. La Gorda, punto clave de encuentro. La catedral, a aquel paseo que tan lejano resulta. Aquel bar donde quedamos, aquel bar donde cenamos, aquel bar donde esperamos que amaneciera. Podría seguir así hasta hacerme viejo sin volver a verla.

Sin embargo, haciendo tiempo por la noche, el otro día la contemplé de forma diferente. Intenté verla como si fuera la primera vez. Con ojos de turista. Y ya no vi el parque de las ardillas, sino esos árboles majestuosos en el corazón de la urbe. Esas calles amplias y edificios bonitos. La Escandalera no era un lugar para citarnos, sino una bonita plaza, acertadamente iluminada. La torre única de la catedral asomaba por una de las calles. La gente, las luces, los edificios, el viento. Todo sugería quedarte a dar vueltas erráticamente el resto de la noche. En soledad con tus propios pensamientos. Enfrentado a uno mismo en medio de una jungla artificial. Tan bella y misteriosa como la verdadera jungla. En esa ocasión me encontré a alguien que me sacó de la ensoñación, uno de los que habían quedado conmigo. Pero la ilusión siguió en mi interior, palpitando. Una ciudad que, sin ir más lejos, jamás olvidaré.


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