Los geds, una
raza alienígena enzarzada en una guerra territorial con los humanos, hacen
frente a la excepción en los fundamentos de su comprensión de la vida
inteligente en el Universo; lo que han acabado llamando la Paradoja Central,
a saber: hasta su primer contacto con humanos, era un hecho universal que
ningún tipo de inteligencia que practicara la violencia intraespecie llegase a
desarrollar la capacidad del viaje interestelar sin que el devenir de su
historia desembocara en la autodestrucción o la regresión tecnológica. La
evidencia empírica se repite con cada nuevo contacto durante sus periplos
espaciales… salvo con los humanos.
En el contexto
de un experimento psicológico, en un planeta donde los humanos han olvidado su
ciencia, las dos naturalezas —humana y ged— se confrontan, se estudian,
interaccionan.
Estos son los
ingredientes que Nancy Kress pone a cocinar en Una luz extraña para desgajar la
polifacética conducta humana. Es una narración envolvente, que te atrapa desde
el primer momento —durante las primeras páginas te sientes realmente abandonado
en la sabana, a las afueras de una ciudad extraña—, y se acaba convirtiendo en
una de esas obras de ciencia ficción que te apetece recomendar porque
representa un ejemplo del equilibrio entre forma y contenido.
Los ojos humanos, negros como el espacio, estaban llenos de una luz como la de las estrellas.
Retrospectivamente,
uno llega a pensar que los personajes en la novela se presentan de una manera
ingenua, intencionadamente ingenua. Pero bajo ese aspecto se esconde una
variedad de personalidades atrapadas por una estructura social muy rígida,
basada en el antagonismo de dos facciones, que responden de manera muy distinta
a su drama personal. Lo que se quiere resaltar desde el principio es la
tremenda capacidad de adaptación de las personas, para crear —por ejemplo— un
entramado social viable en un entorno totalmente nuevo, que se ha volcado de
golpe, aislado, atemporal. Se juega con el olvido del origen, la reconstrucción
del pasado en términos míticos, la ocultación de una realidad bajo repertorios
simbólicos y códigos morales. Se presenta la adopción de ciertas prácticas
culturales como adaptación a ese nuevo entorno, desde un enfoque materialista
que se supera a sí mismo con la posibilidad del cambio como resultado de
acciones individuales, de una remodelación ética de de la cultura que por
supuesto pasa por episodios traumáticos. Y todo ello presentado bajo el ojo
crítico —y ajeno— de unos seres alienígenas, lo que da la oportunidad de
plantear el dilema de la otredad —también entre los propios grupos humanos— y
reflexionar sobre la dinámica del contacto.
La sensación
que al final te deja la novela es de densidad conceptual. Algo que para nada se
experimenta mientras se lee, donde los acontecimientos se precipitan con
fluidez y uno se diluye sin problemas en el día a día de los personajes. Pero
sus interacciones transmiten mucho de lo que comenté en el párrafo anterior
(¡sin nombrar en ningún momento toda esa retahíla de conceptos!, todo eso lo
añado yo…) y dejan la sensación de que se escapa mucho más. Queda la densidad.
Y ahí precisamente creo que reside la verdadera magia de esta novela, en el conseguir
dejar ese poso sin nombrarlo en ningún momento, desde la historicidad de los
personajes, entretenimiento garantizado y, por supuesto, un escenario del que
decir prometedor se queda bastante corto.
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