miércoles, diciembre 28, 2011

Recordando la muerte de mi compañero.

Volver a casa siempre levanta temores. Descubro detalles en los que no reparaba. Me fijo en la D invertida junto al marco, extraño la vieja puerta. Al entrar siempre me llama la atención el extremo cuidado que trasluce la disposición de los muebles, la decoración; siempre el orgullo de algo nuevo, la ilusión de algo por cambiar, el melancólico algo por conservar. A la vista se presenta como una suerte de densidad y cariño que hace que todas las habitaciones aparenten pequeñas, acogedoras, de apacible murmurar. Camino despacio, por el pasillo, esperando aspirar el olor de lo desconocido que nunca está ahí. Los estantes llaman, instan a tocar figuras, a manosear los libros en los entrepaños; la mirada colgada en los retratos atenta a cada uno de los movimientos. Los cajones, ni abrirlos; salvo que busque una de aquellas melodías lejanas que trastocan mi ánimo el resto del día.

Ayer mismo di de palabra con un viejo joyero, a modo de caja de Pandora –hay miseria en el recuerdo-. Al sacarlo a la luz liberamos un puñado de monedas, billetes de la República, algunos belarminos, un reloj de pulsera, varios tiques de la FEVE a Moreda de 1979 que mi madre afirma haber recogido en los bolsillos de sus abrigos, dos fotos de carné, un pin del partido, un par de llaves de maleta. Bajo su fondo acartonado, se ocultaban tres cuadernos. Alojan la impecable letra de mi abuelo. Están dos de ellos ocupados por problemas: “reglas de tres simples” reza el título del primero, “problemas de geometría” advierte el segundo en su exterior. El tercero es un poco más grande, guarda algunos poemas; la fuerza de otra época que emana el manuscrito. De algunos indica su autor, otros simplemente los firma.

Mi abuelo era minero y no llegué a conocerlo, pero puedo imaginar –equivocándome, es muy probable- el significado que le daba al primer poema que aparece en el cuaderno, cuyo origen no he podido determinar (encantado de que algún entendido me resuelva la duda): Recordando la muerte de mi compañero. Tras el último verso, simplemente dejó: Los Tableros, día 24 de septiembre de 1949. Marcelino Cobos.


RECORDANDO LA MUERTE DE MI COMPAÑERO

¡Qué triste destino,
qué triste es la vida
para el pobre mozo
que se pasa el día
entre las paredes
de la oscura mina!

A la tenue luz
de una lamparilla,

de sudor y polvo
su cuerpo le brilla,
que el corte esta duro
y hay que darlo a pica.

Pero hay un momento
que el rostro se anima
y en su negra cara
se ve una sonrisa
que inunda su cuerpo
de franca alegría.

-¿Por qué así sonríe?
-No lo acertarías.

El pobre minero
se acuerda en la mina
de aquella morena
que tanto quería,
y dice entre dientes
hablando a la mina:
“Mina, no me mates;
respeta mi vida,
ni en mi cara marques
tus negras heridas,
que, luego, pintado,
ya no me querría
ni besar siquiera
mi cara teñida.”

Trabaja afanoso,
trabaja deprisa
pensando que faltan
ya muy pocos días
para ver de nuevo
su mina querida.

Ya no le parece
tan dura la vida,
ya no le parece
tan negra la mina;
lleno de ilusiones,
canta mientras pica.

Mas de pronto nota
que mal se respira,
se extingue la llama
de su lamparilla…
le duelen las sienes…
su pecho se agita.

Corre como un loco
buscando salida
y ve con espanto
que tiene abstraída
la única calle
que tiene a la vida.

Una quiebra horrible
que ruge y se agita
deja al pobre mozo
encerrado en vida
¡entre las paredes
de la oscura mina!

Su cara le arde,
sus piernas vacilan,
ya murió la llama
de su lamparilla,
ya le falta el aire…
¡se le va la vida!

Y entonces se acuerda
de aquella niñita
que tanto mimaba,
que tanto quería…
de su buena madre,
de cosas divinas.

Sin tregua trabajan
las palas y picas
para pasar pronto
la quiebra maldita
que dejó encerrado
al buen mozo en vida.

Dos días tardaron
por fin en hallarle
y en una camilla
sacaron cadáver
al mozo optimista
de dos día antes.

Ya en la bocamina
vieron al mirarle
de alegre sonrisa
cubierto el semblante.
¡Qué dulce –pensaron-
su último instante!

Y es que el pobre mozo
terminó su vida
pensando en la novia,
pensando en la niña,
que tanto mimaba,
que tanto quería.

Esta triste historia
de mi pensamiento
es la historia triste
de todos los muertos
que caen en la mina
en todo momento.

Son héroes anónimos…,
pronto les olvidan
amigos y novia
sus jefes de mina.

Tan solo la madre
llora noche y día
pensando en el hijo
que perdió su vida
sin nadie endulzarle
su triste agonía.

Por ellos os pido
una honda plegaria
y decir: “¡Presentes!”,
que son camaradas
que también murieron
por bien de la Patria.

¡Qué triste el destino,
qué triste es la vida
del pobre minero
que se pasa el día
entre las paredes
de la oscura mina!...

3 comentarios:

Kementari dijo...

Me has dejado temblando con el poema; pero también conozco esos cajones que se revuelven al llegar a la que fue tu casa.

Patri dijo...

Parece que va de abuelos el tema últimamente...serán las fechas...

Qué penita al leer el poema, yo es que soy demasiado empática :S

Por cierto, ya te dije en mi blog, que yo he tenido la suerte de ser 4 generaciones juntas :)

Un besote, disfruta las fiestas :)

Leralion dijo...

@Kementari: esos cajones que te muestran una época que en realidad no viviste...

@Patri: ¡cierto, recuerdo lo de las cuatro generaciones! La cantidad de cosas que se pueden contrastar de una a otra... :)