viernes, diciembre 19, 2008

Lluvia.

Cuando te sientes vulnerable te asaltan los fantasmas. Parece algo inevitable. Montas tu barrera y te diseñas un espejismo para la galería. Hasta que colapsan. A veces llegas tarde a casa, medio empapado y tu portátil pesa como treinta kilos a la espalda. De camino ves tus ventanas a lo lejos, identificas tu habitación y te sorprendes de lo fina que es la pared que te protege cada noche de la tormenta. Te asusta pensar en la agradable sensación que te embarga cuando pones el radiador, o bajo las sábanas, al amparo de cuatro paredes, como si sobre ellas te separaran del exterior dos mil toneladas de roca. Te duermes. La barrera se regenera. Todo ha sido un mal sueño. El próximo relato tratará de viejos fantasmas.

2 comentarios:

Nodicho dijo...

Ya nos lu darás a leer (el próximo relato).

Anónimo dijo...

Hola compañero, hacía tiempo que no entraba en tu blog, así que feliz navidad y no hay duda que no hay nada como la casa para apartarse de los problemas del mundo.