Enero se apuraba. Había ido hasta Mieres a imprimir unos papeles y traerme algunas cosas. La mayoría me las olvidé por tener la cabeza centrada en apuntes y preocupaciones por exámenes venideros. Salí por la mañana con el abrigo largo. Hacía calor y había demasiada luz. No estaba acostumbrado a ella. En realidad no era la luz: no estaba acostumbrado a aquello. Coges el autobús durante años y bastan un par de meses para que lo olvides. Parecía como si lo hubiera dejado todo atrás hacía décadas. Como si recordara otros tiempos, en los que el joven Raúl se rebatía en las aulas y se entregaba a otra rutina. Como si hubieran pasado mil cosas a su alrededor mientras aquella plaza registraba el paso de los días congelada en el pasado. Creo que me habría sobresaltado encontrarme a alguien conocido que rompiera la ilusión. Llegaría tarde a la parada. Pero eso también formaba parte de la recreación. Era día veinticinco y tenía que felicitar a Guille. Siempre me ocurre lo mismo, me acuerdo de las fechas un par de días antes y las olvido por completo hasta un día después. Sería mejor hacerlo ya, no se me fuere el santo al cielo. Tengo la impresión de que escribo el mismo texto de un año para otro. A veces fantaseo con la idea de que la persona a la que va dirigido guarde el mensaje anterior y los compare. Pero es imposible que me acuerde y fácil que asocie ideas con las personas que acaben saliendo a la luz con diferentes disfraces. Un año antes escribía un mensaje similar en mi flamante móvil desde el autobús, varado en la autopista por la nieve. Entonces no había nieve. Ni siquiera un cielo encapotado. Ni brisa fría. Podría perfectamente tratarse de uno de ésos últimos días de otoño en los que los elementos parecen dar una tregua para poder pasear y darte cuenta de que las hojas que habían recogido durante semanas ya no están en los árboles. Se muestran desnudos aunque distantes. Era muy extraño ver la marquesina reflejar el sol sin los colores violetas del arbusto que crece por detrás. Encontré por fin la foto que había hecho desde aquel mismo lugar al monte de enfrente cuando tenía una capa de nieve. Miré la fecha: veinticuatro de enero. Puse el móvil delante, para ver la foto y la realidad. No había manto de nieve, sólo naturaleza inerte mostrándose crudamente bajo una intensa luz. Pese a oír mucho sobre el cambio climático, las personas no tenemos capacidad para asumir realmente un cambio en el orden superior de las cosas. Esas ideas las almacenamos en un cajón, puede que nos interesen, que las defendamos en los debates familiares, que busquemos información en Internet, pero resultan perturbadoras cuando notas lo que podrían ser sus consecuencias en un entorno cercano o una mera casualidad que te haga pensar en ellas. No había pasado tanto tiempo. Solamente un año. O dos meses, según de qué estemos hablando.
6 comentarios:
¡Pero dime!, ¿había dinosaurios?, recuérdalo por favor, ¡No quiero que me coman!
Un home nun ye una pita.
Ni hay muyeres fees.
Pero sí que hay Leralions lila.
buuu desertor! qno pisas apenas mieres!
la verdad q es un invierno raro raro raro
Sí que es raro. La primera vez que pisé Asturias aún había nieve en los altos y sin embargo ahora...
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